A LA
ORILLA DEL TIEMPO
Tantos días y
noches navegué en este barco de papel
que hoy tengo en mis manos… Desde él me lanzaba al agua sin temor y aprendí a
nadar rescatando letras sueltas que caían para hundirse en la profunda garganta
que yo dibujaba en ese mar encendido. En aquellos años la imaginación jugaba un
papel importante en mi vida.
Hoy pienso que era yo
la que hundía las letras esforzándome para que no salieran a la superficie,
porque quería crear mi propia lengua y aventurarme con ilusiones en ese océano
desconocido; sin esta herencia educacional de los padres de nuestros padres que
nos persigue, donde amar siempre fue y es una utopía.
Recuerdo que en
aquellos años en los que comenzaba la gran aventura de la vida, mi vida,
inconscientemente memorizaba reglas que me daba la autoridad bajo la que crecía. Era la edad del descubrir todo
aquello que creía oculto a los ojos, cuando formulaba alguna pregunta la
respuesta llegaba dosificada como si de un jarabe se tratara.
Una mañana al
despertar de aquellos días ya pasados, sentí la necesidad de dejar de navegar.
Había soñado con un bosque de hojas caídas y me propuse buscarlo despierta en
el mundo de los sueños; pero me pareció tan insensible adentrarme y sentir el crujir bajo mis suelas que empecé a echar las hojas
hacia los lados, para abrirme camino.
Todo a mi alrededor
transcurría en instantes que se deslizaban y se difuminaban con el color del
paisaje -un color y un paisaje que han cambiado con el paso de los años-, porque para mí, no existían años, meses,
horas, solo el instante donde todo fluye, donde todo sucede… Ahora que han
pasado los años pienso, que algo en mi
interior me decía que no tenía que ir a ningún lugar porque ya estaba en él.
Me asomo a la ventana
del tiempo, para escuchar el susurro de éste atardecer en el aire, mezclado de
miradas como gritos silenciosos que esperan la llegada de la noche, que a veces
como viento salvaje golpea el muro del orgullo o como río a mis ojos desbordado
que solo busca su camino.
Comenzaba a hacer
frío. Recuerdo que había hecho ya un largo camino entre hojas
caídas, según avanzaba dejaba el bosque atrás. La oscuridad caía, ya no había
luz que iluminase mis pasos; entonces hubo un tiempo de penumbras, donde todo
se sentía marchito. Imaginaba caminos
sin risas ni llantos donde la algarabía era ceniza y mire al cielo y comprendí desde entonces…que la heredad
terrena no se conquista, que los días no cambian, que con miedo no existe
futuro y sin futuro….sin futuro no hay miedo.
Hoy pienso que no hay
miedo a que la mirada se pierda en ciertos días de ceniza, a contemplar un
horizonte débil y quebrado donde las aves no dejan señales en el cielo. Sin
miedo a jugar al borde del precipicio…tantas veces al borde del precipicio como
las ganas de volar en medio de la noche, como animal acorralado en su último
intento por vencer sus miedos, no hay miedo a que no regrese la ausencia o se
pierda en el saco del vacío, a perder lo que se tiene, a creer que las utopías
son irrealizables.
El curso de una
frágil luz de luciérnagas me mostró los signos de esa selva en la que me había
sumergido, donde oír hablar de estrellas
era costumbre, pero solo conseguía oír el ruido de tambores que se alejan.
Los instantes
transcurrían, la vida pasaba, como transcurren y pasan hoy; pero entonces, todo
a mis ojos se presentaba mágico. Podía imaginar cómo en el aire finos hilos
musicales hacían florecer la higuera, el naranjo, el almendro…florecían las
estaciones cada una a su modo y en su tiempo.
Me dejé llevar por el
instinto -tal vez hoy hubiera tenido dudas de seguirlo-; el que me guiaba al interior de una gruta
donde había pequeños diamantes táctiles guardianes de la memoria. Me encontraba
justo bajo el despertar de bella aurora para salir del paisaje soñado y dar luz
al acantilado a la salida de la gruta.
Era fácil encender la
llama de los ojos y ver el templo deseado justo cuando la luna llora bajo la
noche y la noche cae sobre mis párpados, como la nieve sobre el árbol y las
hojas sobre la nieve.
Salí del lugar en el
que estaba. Recuerdo que salí descalza, para entrar en el túnel de los sueños
desde aquél presente; pasé al pasado y al futuro alimentándome de las imágenes
de cada momento.
La mirada jugaba a conocer el aire, me
sentía como una equilibrista aventurada
en el hechizo de la vida y la magia era el espectador que se marcha como la noche que clarea o el día
que oscurece.
Creía que los días
nacían para ser eternos, pero descubrí
un horizonte de arena y mar donde el sol descansaba por las tardes allí donde
la claridad se atenuaba; donde el color era reflejo de un océano que tejía
espuma y arena para perderse en alguna
orilla sedienta, allí donde las voces guardaban silencio… Pensaba en el
amor y lo acurrucaba sin preguntas.
Tampoco había
preguntas para los ermitaños que se refugiaban en abandonadas conchas marinas, ni para
quienes pisaban arenas errantes ni a
quienes volteaban aguas para guardar el
secreto en sus labios. Sencillamente no había preguntas para alguien que despuntaba estrellas y llamaba en el silencio, ese silencio que
atesoraba el pozo de la locura junto al que me sentaba para tomar aliento. Hoy
me siento a la orilla del tiempo.
Todavía recuerdo el
aroma a la salida del túnel de los sueños, cuando iba al encuentro del
solitario árbol, de aquel de cuyos brazos cuelga la esperanza y caminaba hacia
el seco desierto de miradas ausentes. Allí desenterré algunos tesoros para más
tarde repartirlos en los poblados que
sabía estaban naciendo….tantas etnias disparadas al espacio del olvido.
Muchas de las veces
los atajos que tomaba estaban llenos de ideas en cada una de sus grietas, En
aquella época no lo percibía; es ahora, con el paso del tiempo, cuando lo
pienso: que la mirada era una puerta abierta al horizonte donde el color era un
trozo de libertad.
Caminé por la vereda
del río y su grito espantaba; otras su calma alentaba. A veces levitaba por espacios desconocidos y
salía de ellos sin descubrir nada.
Me acariciaron muchos
amaneceres en la búsqueda de esos años, cuando la continua repetición del
silencio, saltaba de palabra en palabra en mis oídos. Pienso que los ojos de la
experiencia son un mito.
La mirada se detenía
en la misma orilla de los comienzos para embriagarse de lluvia y estrellas
olvidadas a la altura de unos ojos y una boca sin aliento, donde se quedaba
junto al único árbol que espera la llegada del otoño, para colgar acertijos en
sus ramas desnudas. Me pregunto si
hoy seguirán colgados.
Recuerdo que quería
regresar antes de ese instante donde todo concluye. Decidí tomar camino de
regreso cuando aun no se veía la sinuosa línea de la oscuridad. Las imágenes y
recuerdos iban suspendidos de la memoria, observé como lo hacen las piedras,
inmóviles a toda tormenta, ofrecí al paisaje una larga mirada y vi como las
naves lejanas dibujaban sombras en el mar. Regresaba al lugar del que jamás
había salido donde la mirada queda reflejada en la quietud del estanque…
Estanque donde vacíe
los bolsillos de pequeñas monedas para llenarlos con sonrisas. Con el paso de
los años, hoy creo que el viaje fue a un mundo abierto y, aunque no obtuve
todas las respuestas, no perdí ninguna pregunta. Mis manos llevaban pequeños
instantes donde habitaban los recuerdos
táctiles de palabras y sonidos amantes que pintaron imágenes en desiertos y
escribieron versos en la pared azul del viento; esto lo siento hoy porque en
aquéllos días no me daba cuenta de ello.
Tantos días y
noches navegué en este barco de papel
que hoy tengo en mis manos… Desde él me lanzaba al agua sin temor y aprendí a
nadar rescatando letras sueltas que caían para hundirse en la profunda garganta
que yo dibujaba en ese mar encendido. En aquéllos años la imaginación jugaba un
papel importante en mi vida.
Creo que los
silencios a veces nos despojan de orgullos, y que regresamos a la infancia para
recoger nuestro barco de papel y guardarlo en una caja de zapatos bajo la cama.
En ese mar
encendido aprendí mi primera lección, no
hay magos en el horizonte.
En aquéllos años en
los que comenzaba la gran aventura de la vida, mi vida, inconscientemente
memorizaba reglas que me daba la autoridad bajo la que crecía.
Hoy, en éste lugar;
aquí y ahora, busco los recuerdos en la memoria del tiempo .Un segundo, algún
día, alguna vez... todo son tiempos... tiempos anárquicos pero tiempos, porque
por alguna razón todo está dentro de eso que llamamos tiempo.
Carmen Conde (Carmen
Molins sedemiuqse)
4 comentarios:
Siempre es un placer leerte, me alegra que estés en tu ventana
Feliz año
Besos
Que se yo?...Quiero y no debo...Amo por estar con la pureza...mi modo quiere que escribas, lo que escribo...saludos
Un largo y rico camino Sede, al final eso es lo importante vivir y disfrutar de despertar aunque duela. Siempre es un gusto leerte. Abrazo grande.
Esta maravilla de tiempo no la había visto.
Un abrazo.
Ambar
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