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martes, 19 de enero de 2016

A LA ORILLA DEL TIEMPO


A LA ORILLA DEL TIEMPO
Tantos días y noches  navegué en este barco de papel que hoy tengo en mis manos… Desde él me lanzaba al agua sin temor y aprendí a nadar rescatando letras sueltas que caían para hundirse en la profunda garganta que yo dibujaba en ese mar encendido. En aquellos años la imaginación jugaba un papel importante en mi vida.
Hoy pienso que era yo la que hundía las letras esforzándome para que no salieran a la superficie, porque quería crear mi propia lengua y aventurarme con ilusiones en ese océano desconocido; sin esta herencia educacional de los padres de nuestros padres que nos persigue, donde amar siempre fue y es una utopía.
Recuerdo que en aquellos años en los que comenzaba la gran aventura de la vida, mi vida, inconscientemente memorizaba reglas que me daba la autoridad bajo la que  crecía. Era la edad del descubrir todo aquello que creía oculto a los ojos, cuando formulaba alguna pregunta la respuesta llegaba dosificada como si de un jarabe se tratara.
Una mañana al despertar de aquellos días ya pasados, sentí la necesidad de dejar de navegar. Había soñado con un bosque de hojas caídas y me propuse buscarlo despierta en el mundo de los sueños; pero me pareció tan insensible adentrarme  y sentir el crujir  bajo mis suelas que empecé a echar las hojas hacia los lados, para abrirme  camino.
Todo a mi alrededor transcurría en instantes que se deslizaban y se difuminaban con el color del paisaje -un color y un paisaje que han cambiado con el paso de los años-,  porque para mí, no existían años, meses, horas, solo el instante donde todo fluye, donde todo sucede… Ahora que han pasado los años pienso, que  algo en mi interior me decía que no tenía que ir a ningún lugar porque ya estaba en él.

Me asomo a la ventana del tiempo, para escuchar el susurro de éste atardecer en el aire, mezclado de miradas como gritos silenciosos que esperan la llegada de la noche, que a veces como viento salvaje golpea el muro del orgullo o como río a mis ojos desbordado que solo busca su camino.
Comenzaba a hacer frío.  Recuerdo que   había hecho ya un largo camino entre hojas caídas, según avanzaba dejaba el bosque atrás. La oscuridad caía, ya no había luz que iluminase mis pasos; entonces hubo un tiempo de penumbras, donde todo se sentía marchito.  Imaginaba caminos sin risas ni llantos donde la algarabía era ceniza y mire al cielo  y comprendí desde entonces…que la heredad terrena no se conquista, que los días no cambian, que con miedo no existe futuro y sin futuro….sin futuro no hay miedo.
Hoy pienso que no hay miedo a que la mirada se pierda en ciertos días de ceniza, a contemplar un horizonte débil y quebrado donde las aves no dejan señales en el cielo. Sin miedo a jugar al borde del precipicio…tantas veces al borde del precipicio como las ganas de volar en medio de la noche, como animal acorralado en su último intento por vencer sus miedos, no hay miedo a que no regrese la ausencia o se pierda en el saco del vacío, a perder lo que se tiene, a creer que las utopías son irrealizables.
El curso de una frágil luz de luciérnagas me mostró los signos de esa selva en la que me había sumergido, donde  oír hablar de estrellas era costumbre, pero solo conseguía oír el ruido de tambores que se alejan.
Los instantes transcurrían, la vida pasaba, como transcurren y pasan hoy; pero entonces, todo a mis ojos se presentaba mágico. Podía imaginar cómo en el aire finos hilos musicales hacían florecer la higuera, el naranjo, el almendro…florecían las estaciones cada una a su modo y en su tiempo.
Me dejé llevar por el instinto -tal vez hoy hubiera tenido dudas de seguirlo-;  el que me guiaba al interior de una gruta donde había pequeños diamantes táctiles guardianes de la memoria. Me encontraba justo bajo el despertar de bella aurora para salir del paisaje soñado y dar luz al acantilado a la salida de la gruta.
Era fácil encender la llama de los ojos y ver el templo deseado justo cuando la luna llora bajo la noche y la noche cae sobre mis párpados, como la nieve sobre el árbol y las hojas sobre la nieve.
Salí del lugar en el que estaba. Recuerdo que salí descalza, para entrar en el túnel de los sueños desde aquél presente; pasé al pasado y al futuro alimentándome de las imágenes de cada momento.
La  mirada jugaba a conocer el aire, me sentía  como una equilibrista aventurada en el hechizo de la vida y la magia era el espectador que  se marcha como la noche que clarea o el día que oscurece.
Creía que los días nacían  para ser eternos, pero descubrí un horizonte de arena y mar donde el sol descansaba por las tardes allí donde la claridad se atenuaba; donde el color era reflejo de un océano que tejía espuma y arena para perderse en alguna  orilla sedienta, allí donde las voces guardaban silencio… Pensaba en el amor y lo acurrucaba  sin preguntas.
Tampoco había preguntas para los ermitaños que se refugiaban en  abandonadas conchas marinas, ni para quienes  pisaban arenas errantes ni a quienes volteaban  aguas para guardar el secreto en sus labios. Sencillamente no había preguntas para alguien que  despuntaba estrellas y  llamaba en el silencio, ese silencio que atesoraba el pozo de la locura junto al que me sentaba para tomar aliento. Hoy me siento a la orilla del tiempo.
Todavía recuerdo el aroma a la salida del túnel de los sueños, cuando iba al encuentro del solitario árbol, de aquel de cuyos brazos cuelga la esperanza y caminaba hacia el seco desierto de miradas ausentes. Allí desenterré algunos tesoros para más tarde repartirlos en los  poblados que sabía estaban naciendo….tantas etnias disparadas al espacio del olvido.
Muchas de las veces los atajos que tomaba estaban llenos de ideas en cada una de sus grietas, En aquella época no lo percibía; es ahora, con el paso del tiempo, cuando lo pienso: que la mirada era una puerta abierta al horizonte donde el color era un trozo de libertad.
Caminé por la vereda del río y su grito espantaba; otras su calma alentaba.  A veces levitaba por espacios desconocidos y salía de ellos sin descubrir nada.
Me acariciaron muchos amaneceres en la búsqueda de esos años, cuando la continua repetición del silencio, saltaba de palabra en palabra en mis oídos. Pienso que los ojos de la experiencia son un mito.
La mirada se detenía en la misma orilla de los comienzos para embriagarse de lluvia y estrellas olvidadas a la altura de unos ojos y una boca sin aliento, donde se quedaba junto al único árbol que espera la llegada del otoño, para colgar acertijos en sus ramas desnudas.  Me pregunto si hoy  seguirán colgados.
Recuerdo que quería regresar antes de ese instante donde todo concluye. Decidí tomar camino de regreso cuando aun no se veía la sinuosa línea de la oscuridad. Las imágenes y recuerdos iban suspendidos de la memoria, observé como lo hacen las piedras, inmóviles a toda tormenta, ofrecí al paisaje una larga mirada y vi como las naves lejanas dibujaban sombras en el mar. Regresaba al lugar del que jamás había salido donde la mirada queda reflejada en la quietud del estanque…
Estanque donde vacíe los bolsillos de pequeñas monedas para llenarlos con sonrisas. Con el paso de los años, hoy creo que el viaje fue a un mundo abierto y, aunque no obtuve todas las respuestas, no perdí ninguna pregunta. Mis manos llevaban pequeños instantes donde habitaban  los recuerdos táctiles de palabras y sonidos amantes que pintaron imágenes en desiertos y escribieron versos en la pared azul del viento; esto lo siento hoy porque en aquéllos días no me daba cuenta de ello.
Tantos días y noches  navegué en este barco de papel que hoy tengo en mis manos… Desde él me lanzaba al agua sin temor y aprendí a nadar rescatando letras sueltas que caían para hundirse en la profunda garganta que yo dibujaba en ese mar encendido. En aquéllos años la imaginación jugaba un papel importante en mi vida.
Creo que los silencios a veces nos despojan de orgullos, y que regresamos a la infancia para recoger nuestro barco de papel y guardarlo en una caja de zapatos bajo la cama.
En ese mar encendido  aprendí mi primera lección, no hay magos en el horizonte.
En aquéllos años en los que comenzaba la gran aventura de la vida, mi vida, inconscientemente memorizaba reglas que me daba la autoridad bajo la que  crecía.
Hoy, en éste lugar; aquí y ahora, busco los recuerdos en la memoria del tiempo .Un segundo, algún día, alguna vez... todo son tiempos... tiempos anárquicos pero tiempos, porque por alguna razón todo está dentro de eso que llamamos tiempo.


Carmen Conde (Carmen Molins sedemiuqse)




4 comentarios:

Cantares dijo...

Siempre es un placer leerte, me alegra que estés en tu ventana
Feliz año
Besos

La implosion en Venezuela dijo...

Que se yo?...Quiero y no debo...Amo por estar con la pureza...mi modo quiere que escribas, lo que escribo...saludos

Sandra Gutiérrez Alvez dijo...

Un largo y rico camino Sede, al final eso es lo importante vivir y disfrutar de despertar aunque duela. Siempre es un gusto leerte. Abrazo grande.

Anónimo dijo...

Esta maravilla de tiempo no la había visto.
Un abrazo.
Ambar

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